¿Por qué preferimos alimentos crujientes, picantes y salados cuando estamos estresados?

Cuando el estrés aparece, muchas veces lo primero que buscamos no es una solución… sino una botana. Y curiosamente, solemos inclinarnos por alimentos crujientes, picantes o salados: unas papas, unos nachos, unos cacahuates enchilados. ¿Por qué sucede esto? ¿Es solo un antojo o hay algo más profundo detrás? La ciencia tiene algunas respuestas.
🍟 TEXTURA CRUJIENTE: UNA DESCARGA SENSORIAL
Los alimentos crujientes ofrecen una experiencia multisensorial: hacen ruido, se quiebran en la boca, requieren masticación intensa. Esta combinación activa zonas cerebrales relacionadas con el placer, la atención y la regulación emocional, como la corteza prefrontal, la insula y la corteza orbitofrontal.
Cuando estamos estresados, nuestro cuerpo busca maneras de liberar tensión física y emocional, y masticar algo crujiente puede ser una forma subconsciente de descargar energía contenida. Además, al estimular la mandíbula y promover la masticación rítmica, se activa el sistema parasimpático, que ayuda a reducir el cortisol (la hormona del estrés).
🌶️ SABOR PICANTE: UN SHOCK QUE NOS REGRESA AL PRESENTE
El picante, lejos de ser solo un gusto, es una agresión controlada al sistema nervioso. La capsaicina (molécula presente en el chile) activa receptores del dolor (TRPV1), provocando una leve sensación de ardor que el cerebro interpreta como una mini amenaza.
Ante esa señal, el cuerpo responde liberando endorfina y dopamina, sustancias que generan sensaciones de placer y alivio. Así, el picante se convierte en una especie de analgésico emocional natural, ayudándonos a regular estados de ansiedad, vacío o desconexión emocional.
🧂 LO SALADO: RECOMPENSA Y VÍNCULOS AFECTIVOS
El sabor salado está profundamente ligado a los sistemas de recompensa y motivación del cerebro. De hecho, evolutivamente asociamos el sodio con supervivencia, por lo que el cuerpo tiene mecanismos para desearlo más en momentos de desequilibrio.
Además, lo salado suele estar presente en alimentos ultraprocesados y altamente palatables que combinan sal, grasa y crocancia, lo que activa el sistema dopaminérgico mesolímbico, ese circuito que nos hace repetir conductas que nos generan placer (aunque sea momentáneo). Es una especie de parche emocional sensorial.
🧠 EN RESUMEN: ¿ANTOJOS O ADAPTACIONES?
Cuando estamos estresados, el cerebro busca autorregularse. Y en ausencia de estrategias emocionales saludables, el alimento se convierte en una vía rápida y accesible para sentir algo diferente: alivio, distracción, placer, control.
Por eso, no se trata de “fuerza de voluntad”, sino de comprender que el impulso por comer alimentos crujientes, picantes o salados tiene raíces neurobiológicas y emocionales profundas. Y desde la psiconutrición, se trata más de observar con curiosidad, entender el patrón y cultivar nuevas herramientas para cuidarnos… no de juzgarnos.
¿Qué podemos hacer?
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Reconocer que no es “malo” tener antojos, sino humano.
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Identificar cuándo el cuerpo pide textura, sabor o descarga emocional.
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Explorar otras formas de regular el estrés: respiración, contacto físico, movimiento, expresión emocional.
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Comer de forma consciente, sin culpa, prestando atención a lo que sentimos antes, durante y después de comer.
👉 ¿Y tú? ¿Cuál es tu textura de confort cuando estás estresado?
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