Cuando el ejercicio no fue amor a primera vista🧡

Basta decir que desde niña mi calificación más baja era en educación física. Mientras el resto de mis materias eran entre 9 y 10, la clase de deporte siempre fue mi punto débil. No comprendía la alegría de mis compañeros cuando tocaba salir a correr, sudar, jugar. Regresaban al salón llenos de energía… y yo, agotada, sin entender el entusiasmo.

 

Con los años entendí que mucho de eso era consecuencia —pero también causa— de algunas condiciones médicas que he tenido desde niña. Lo que para otros era esfuerzo físico, para mí era malestar. No era normal sentirme mal al correr, y yo pensaba que todos sentían lo mismo. No era así.

 

También aprendí a mirar el lado psicológico: mi cuerpo siempre fue grande. Más alta que el promedio, más desarrollada. Y aunque muchos pudieran pensar que mi complexión era resultado de no moverme, la verdad es que muchas veces no me sentí bienvenida en los espacios de movimiento. Yo quería hacer ballet, porque mi hermana mayor bailaba. Pero recibí un “no” de mi mamá que, aunque fue por protegerme, me hizo entender que ese no era un lugar para cuerpos como el mío.

 

Lo intenté. Jazz, gimnasia olímpica… En jazz, una vez hicimos un ejercicio con los ojos cerrados sintiendo la música. Yo me quedé bailando, tan conectada, que no escuché cuando cambió la indicación. Cuando abrí los ojos, mis compañeras se reían de mí. Me dolió tanto que no quise volver. En gimnasia, recuerdo hundirme tanto en una cama de pelotas que no podía salir. Niños seguían cayendo encima, y yo, cada vez más enterrada. Me sentí atrapada, fuera de lugar.

 

Estos eventos dejaron huellas. Intentos hubo muchos. Motivada por mi papá, probé box, correr, danza árabe, natación. Pero el dolor emocional y físico seguía ahí. Por eso, durante mucho tiempo, no comprendía cómo había personas que se emocionaban por hacer ejercicio, que dormían menos para ir a entrenar. Hoy entiendo que esa era mi herida hablando.

 

Con el tiempo, y con la evidencia científica tan clara de los beneficios del movimiento, decidí cambiar mi relación con el ejercicio. Empecé por caminar. Luego bailar. Me metí a clases de salsa casino y, aunque me tomaba todo muy en serio, un día, mientras giraba bailando en la rueda, me descubrí riendo. Pensé: esto es jugar. Esto es como la rueda de San Miguel en versión adulta. Bailar se volvió mi forma de jugar, de conectar, de moverme sin exigencia.

 

Después de dos años caminando y bailando, decidí que quería explorar otras formas de movimiento. Vi un estudio de barre, pilates y yoga cerca de casa. Fui a mi clase de prueba con una sola regla: mirar con curiosidad. Clase a clase llevé un nuevo lema para silenciar las voces internas: “Eres la más grande del grupo”, “tus piernas no se ven como las demás”, “eres la única con lesiones”… 

 

Hasta la incomodidad de ser la única en cada clase con lesiones a la que le tienen que dar opción 2 para algunos ejercicios, y eso a veces me hacía sentir defectuosa.

Una clase, salí con una idea clara: el movimiento cultiva seguridad corporal. Me sentí fuerte, capaz, libre. Y eso, para mí, fue enamorarme.

 

“Moverse te recuerda que eres capaz, fuerte y libre… y eso cultiva seguridad corporal.”

 

Sobre sentirme defectuosa y esas voces en mi cabeza, me doy cuenta que está en mí darles valor o no, y que hoy en día vienen de mi interior. Porque incluso mis maestras, sobre todo una, me cuida y procura para que no me lastime, y eso puedo verlo ahora con gratitud y como motivación en lugar de como limitante.

 

 

Hoy agradezco a esa versión mía que se quedó sola bailando con los ojos cerrados. Porque ella me enseñó a sentir la música. Y a la adulta que soy ahora, que ha aprendido a reírse de sí misma y a buscar espacios donde su cuerpo también pueda jugar.

 

Habemos personas en las que el amor al ejercicio no es a primera vista como muchos, habemos personas con heridas de amor al ejercicio donde los entornos y experiencias no han sido precisamente amorosas a los que somos, habemos personas que nuestra capacidad de movimiento no es completa y a las que a veces el dolor nos limita. Pero lo que vale la pena es dejar de creer y buscar el amor al movimiento en ello.
 

“A veces el ejercicio no es amor a primera vista, pero vale la pena buscar una relación nueva con él.”

 

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